sábado, 27 de diciembre de 2008

Que ni la muerte los separe - Amélie Olaiz


Estar cerca del árbol la llena de energía. Ahí grabaron un corazón con sus nombres. Pero el Pirú tira mucha basura y Renata barre de prisa porque se siente ansiosa lejos de Antonio. Le gusta sobarle los pies para que se relaje. Después, sentada en la mecedora, con el vaivén arrulla la espera y dormita las deudas de noches en vela. Antonio, su marido, está muy enfermo. 

Desde la semana pasada el nieto, que estudia medicina, se mudó a casa de los abuelos. Todos los días, al regresar de la universidad encuentra el patio limpio y un montoncito de hojas en la esquina donde el viento no llega. En la habitación del abuelo observa la huella que deja un trasero en la sobrecama. Entrada la noche escucha el rítmico rechinar de la mecedora. Por eso ya no quiere vivir ahí, dice que, desde que murió la abuela, en esa casa espantan.

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