viernes, 19 de diciembre de 2008

Cuando Harry conoció a “Sally” - Luis Saavedra


Cuando Harry conoció a “Sally”, ella solo tenía dos meses, pero ya sabía que la amaba. “Sally” la dibujaba un coreano que había llegado a España como estudiante de intercambio. Harry no se llamaba así, pero lo prefería infinitamente al Juan que aparecía en el registro civil. “Sally” la escribía un guionista gordo que tiraba a calvo y tenía la imaginación de un niño de siete años. Harry trabajaba de operador de redes y por la tarde se pasaba por la librería para ver las nuevas series. “Sally” salió en la portada del número dos de “Princesa Sadako”, que valía dos euros y el papel era reciclado. Harry vio a “Sally” esa tarde y se dio cuenta que lo único en la vida era saber qué había debajo de su coqueta falda plisada.
Ideó un plan. Se inscribió en VrtuaLfe y se compró un avatar de 600 dólares, fastuoso y vicioso, como nunca sería Harry. Las minas se le tiraron encima -las virtuales, claro está- y se la pasó realmente bien metiéndoles weenie y catarateando su poco money. Una pendeja le dijo que “Princesa  Sadako” era una mierda, pero que igual tenía un bucle VIP en el puerto 8338. Harry le dio las gracias y después le reventó la cabeza. Virtualmente, por supuesto. Le pidió a un ruso muerto de hambre que le crackeara el puerto por 1500 dólares y entró. El ambiente era una orgía de inocencia, lleno de viejos putos y ricachones con avatares de niños de nueve años. La “Princesa Sadako” era una perra retozona con superpoderes y una varita mágica. Todos los avatares de niños le corrían mano apenas podían. Buscó a “Sally” y la vio con un pokemón rosado que le metía la cola por entre las piernas. El pokemón era un arquitecto de Madrid y tuvo que provocarle un shock a la conexión del gallego para alcanzarla. “Sally” le sonrió cuando transmitió sus antecedentes de crédito. “Ven acá”, le dijo en kanji. Pero cuando le metió mano, se espantó. El puto coreano jamás tuvo en mente dibujarle un pussy. Al puto coreano le gustaba el futanari. Así que Harry la pasó muy mal esa noche cuando “Sally” le mostró su enorme weenie en medio de sollozos japoneses y enormes ojos.
Harry ya no se llama así. Ahora es Juan y se deshizo de su colección de manga. Tiene una empresa de software que coloca paquetes world-class en empresas pequeñas y dedica todo su tiempo a la estéril función de programar funciones, siguiendo las reglas de un libro de contabilidad. Sale a las once de la noche de su oficina y siempre pasa por la vitrina de la comiquería. La última vez me contó que volvió a ver a “Sally”, en el número 78 de “Princesa Sadako”. Estaba muy distinta, pero igual. Me preguntó si el amor podía abarcarlo todo, traspasar el papel, el metal y el asterisco. No entendí nada. Yo creo que Juan extraña a “Sally” más de lo que se permite reconocer.

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