miércoles, 26 de noviembre de 2008

Para que se abra el pórtico - Cristian Mitelman


Un hombre muere. En todos sus años no ha sentido curiosidades religiosas. No es que hubiera sido ateo; simplemente creía en algo indefinido a lo que llamaba Dios y que en realidad no representaba nada.
Había votado a gobiernos conservadores para terminar decepcionándose de ellos;  le temía a los cambios profundos; le gustaba el orden y, por qué no, cierta mano dura en caso de que fuera necesario.
Se casó. Engaño a su esposa cinco o seis veces. Sintió algo de remordimiento al comienzo. Luego terminó disculpándose a sí mismo, de modo que dejó de pensar en el tema.
Los gobiernos militares lo sorprendieron en una actitud pasiva.
Hablaba pestes de la corrupción. 
En la época del dinero fácil viajó a Miami y a Florida. Cumplió el sueño de sus hijos: los llevó a Disneyworld. No comprendió (o no quiso comprender) el significado cabal de esos hechos.
Ahora se sorprende. Dios existe y lo está juzgando. (Le parece un buen gesto que se le aparezca sólo como una voz... Un rostro hubiera sido demasiado para sus nervios de novato en cuestiones de juicios más o menos trascendentes.)
La voz le muestra los resultados atroces de su tibieza. Debajo ve el rosario de cadáveres, de desempleados, de indiferentes y de cínicos. Luego le da dos opciones. Cierto purgatorio que dure un día menos que la eternidad o el mismísimo infierno.
 
Por primera vez el hombre tiene el gesto de grandeza que no conoció en vida. Elige el infierno.
Por fin se abre el pórtico.

No hay comentarios.: